Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador.
En estos días, previos a la ascensión a los Altares de la beata santiagueña María Antonia de Paz y Figueroa, mucho se ha escrito acerca de su vida y obra y algo acerca de sus vínculos familiares con ilustres personalidades de nuestra historia, relacionados también a Tucumán, motivo de estas líneas. En un ajustado resumen trataremos de bosquejar el tema, tratando de clarificar una temática genealógica más que histórica y también dar un somero repaso a su vida de santidad.
Como es conocido, son cuatro las ramas de la familia Paz más difundidas entre nosotros y que (hasta que no se pruebe lo contrario, al decir del Dr. Carlos Páez de la Torre), no pueden vincularse entre sí. Los Paz “del ingenio Concepción”, Los “Paz Terán” y Los “Paz y Figueroa” y también de la línea del “Fiero” Paz, cuya figura saliente es el célebre Dr. Jesús Hipólito Paz. Los primeros son los descendientes de Julián Paz, un hermano del célebre general José María Paz, familia originaria de la Coruña, afincada en el Río de la Plata a mediados del siglo XVIII. Uno de ellos es José Paz Durán, quien se casó en Córdoba con Tiburcia Haedo; de ellos surge una distinguida rama, entre los que contamos al general José María “el Manco” Paz y el referido Julián; ambos integraron el Ejército de Manuel Belgrano en los triunfos de las Batallas de Tucumán y Salta; y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde Julián fue gravemente herido. Luego fue un activo antirrosista, quien debió emigrar a Montevideo; antes se casó en Córdoba con Juana Ocampo,
Uno de sus hijos, Manuel José, al contraer matrimonio con Mercedes Isasa dieron comienzo a una rama de importancia. Uno de sus hijos Manuel N. Paz, casado con Máxima García González, fueron padres de José María Paz y García González, fundador de la rama tucumana y quienes fueron importantes accionistas y durante años manejaron el referido ingenio Concepción. Aquí casó con María Eugenia Nougués Etchecopar; fueron padres de ocho hijos, con una nutrida descendencia. Entre ellos se destacan las figuras de los industriales: el ingeniero José María (asesinado por la guerrilla filocomunista en agosto de 1974) y Luis Manuel, un destacado hombre de la industria, padre entre otras de la deportista Mercedes Paz, el mayor exponente del tenis femenino de la historia de Tucumán. Sin olvidar al Ingeniero César Paz; además de empresario de nota, uno de los dirigentes del Jockey Club de Tucumán de mayor entidad en su historia y responsable de la transformación integral de la institución. (Carlos Paz de la Torre, “Familias Tucumanas”; Los Paz del Ingenio Concepción; Revista de CCC, Tucumán).
Los Paz Terán
Sin duda la más difundida de las ramas familiares, siendo su origen el casamiento de don Manuel Paz y doña Dorotea Terán Alurralde. Fueron el tronco de una extensa y distinguida descendencia, compuesta por ocho hijos, que cuenta entre sus descendientes a otra mujer con fama de santidad, como lo es la madre Elmina Paz, fundadora de la Congregación de Hermanas Dominicas y heroína durante la epidemia del Cólera que azotó a Tucumán entre 1886/87, y cuya obra benéfica sigue viva entre nosotros.
Su hermano Benjamín Paz (su apoyo fue fundamental de su obra) fue uno de los tucumanos más influyentes de su época, además de gobernador provincial y jurisconsulto de alto vuelo, que llegó a ser Ministro de Interior de la Nación, Senador Nacional y presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Otro de sus hermanos, Leocadio, fue un poderoso hacendado e industrial al asociarse a su concuñado Juan Posse en la modernización del Ingenio San Juan y genearca de una larga descendencia que cuenta con hombres y mujeres de real importancia en la historia provincial.
Manuel Fernando casó con Donatila de la Peña, hija del gobernador cordobés Félix de la Peña. Ya viudo se radicó con sus hijos en Córdoba, con prolongada y prestigiosa descendencia, entre ellos el Dr. Enrique Martínez Paz. Sin olvidar también a su hermana Isabel, casada con don Javier López Aráoz, hijo del famoso caudillo unitario Javier López y de doña Lucia Aráoz, la celebre “Rubia de la Patria”, de quien hemos escrito ya en más de una oportunidad. Descienden de ellos familias importantes también como López Pondal y López de Zavalia, entre los que destacamos al célebre jurisconsulto Dr. Fernando López de Zavalía, entre otros médicos, abogados, hacendados y personalidades de relevancia. Otra de las hijas, Dorotea Paz Terán, se casó con Rufino Cossio Alurralde, de larga y muy distinguida descendencia, como los Drs Pedro y Manuel Cossio, Vallejo Cossio, Cossio Etchecopar, Rufino Cossio Paz, entre tantas personalidades distinguidas.
Una de las menores fue Esilda Paz Terán, quien se casa con Don Florencio Paz, descienden de ellos los Soaje Sal Paz: Sal Paz Colombres; Sal Paz Gómez Viaña; Mantegazza Sal Paz, entre otros. Finalmente, la menor Mercedes Paz Terán se casó con Bernardo Colombres, de allí vienen también destacadas personalidades como el Dr. Raúl Colombres, Abraham de la Vega Colombres; Ruiz Huidobro Colombres, Murga Colombres, etc (Carlos Paz de la Torre, “Familias Tucumanas”; Los Paz; Revista de CCC, Tucumán).
Enigma genealógico
Lo que ha desvelado a generaciones de genealogistas, es el origen de don Manuel Paz, el generaca casado con doña Dorotea Terán Alurralde; surgiendo diversas teorías, extensas de detallar. Una de ellas es que sería descendiente de la línea de los Paz y Figueroa; Algunos lo hacen hijo de don Francisco Solano de Paz y Figueroa y de doña Francisca Antonia de Luna y Cárdenas, pero hasta la fecha ningún documento ha podido probarlo fehacientemente. No aparece su partida de bautismo, no hay mención de sus padres, tampoco el las partidas de matrimonio y fallecimiento, ni documentos de época. Simplemente, en ningún documento oficial ni familiar hace alusión a sus progenitores.
Curiosamente tampoco hay menciones en sus anotaciones de la Biblia familiar, en la que era muy común escribir lo datos de los matrimonios y sus entronques familiares, bautismos y defunciones. Lo que es cierto es que siempre tuvieron un trato familiar con los descendientes de las ramas colaterales de los Paz y Figueroa de Mama Antula, lo que respalda, de alguna manera esa teoría, que no deja de ser una de las grandes incógnitas de los que estudian y profundizan en las ciencias genealógicas. Personalmente me inclino por ésta suposición, pero no tengo elementos para respaldarla científicamente (Entrevista con el Dr. Eduardo Frías Silva).
Los Paz y Figueroa
Antigua familia santiagueña, cuyas raíces se funden en los primeros conquistadores y pobladores del NOA, gente importante, propietarios de extensas haciendas, ricos comerciantes y cabildantes, todos ellos personajes ilustres en aquella villa colonial, “Madre de Ciudades”.
Una de sus ramas, asentada en Tucumán la fundó don Juan Bautista de Paz y Figueroa, quien ocupó el cargo de teniente de gobernador de Tucumán y fue un patriota de la primera hora. En 1819 fue nombrado diputado al Congreso Nacional; en la oportunidad votó favorablemente la Constitución de 1819, cargo que ocupó hasta la disolución del mismo después de la batalla de Cepeda, Vuelto a Tucumán, el gobernador Bernabé Aráoz lo nombró su ministro de Gobierno. Fue uno de los redactores de la constitución de la República Federal de Tucumán. Estuvo también entre los firmantes en 1821 del Tratado de Vinará, que reconocía la separación de esta provincia de la de Santiago del Estero. Pasaron los años, y luego de la caída de la Liga del Interior en 1831, el nuevo gobernador Alejandro Heredia, lo nombró su ministro de Gobierno. Varias veces fue gobernador delegado, durante las campañas militares de Heredia.
En una de ellas, en 1836, fue capturado Javier López, junto con varios de los jefes militares a sus órdenes, y todos ellos fueron ejecutados. Sólo se salvó el coronel José Segundo Roca por pedido especial del ministro Paz al gobernador. La razón de ese pedido era que Roca estaba de novio con su hija, Agustina Paz, con la que se casó pocos meses más tarde. Padres del general Julio Argentino Roca, dos veces presidente de los argentinos y uno de los estadistas más progresistas de nuestra historia. Paz falleció en Tucumán en 1844, fue uno de los primeros plantadores de caña de la provincia, con la que rudimentariamente producía subproductos como alcohol y azúcar sin refinar. Uno de sus hijos fue el célebre Dr. Marcos Paz, gobernador de la provincia y vicepresidente de Bartolomé Mitre, ejerciendo durante prolongados períodos la presidencia en ausencia del titular, ocupado en la Guerra del Paraguay. Falleció en el ejercicio de sus funciones el 2 de enero de 1868 víctima del cólera (Alberto Bravo de Zamora (2016); “Mama Antula, la Sierva de Dios”, Santiago del Estero).
El genealogista Ernesto Álvarez Uriondo afirma que claramente se debe establecer que no existe un parentesco DIRECTO con Mama Antula, sino el de sus hermanos o medio hermanos, que son los que valen; pues es tan antigua esta familia, que mientras más arriba nos vamos se llega a emparentar con media Argentina. Por ejemplo, los descendientes de doña Lucía Aráoz de López, la famosa “Rubia de la Patria”; Los Taboada asentados en Tucumán, los descendientes de don Pedro Antonio de Zavalía y Andía como los Paz Zavalía. Según el fallecido genealogista Jorge Corominas, serían también los descendientes del coronel de las guerras civiles Elías Paz; los Cornet, los Uriondo, entre tantos, largos de enumerar.
Quién fue Mama Antula
María Antonia de Paz y Figueroa nació en Santiago del Estero en 1730. Como vimos, en el seno de una familia importante de su provincia. Según algunos biógrafos, aprendió a hablar perfectamente el quechua por una niñera indígena que la cuidó desde temprana edad. Aprendió además a leer y escribir en castellano, algo nada común para su época. Es que nada de ella era común; Antonia, llamada “Antula” por los naturales al servicio de su familia, desde muy joven demostró una enorme vocación de servicio y una férrea determinación. A los 15 años empezó a acompañar a los Jesuitas como “laica consagrada” de la Compañía de Jesús, en la tarea de evangelización de los pueblos indígenas santiagueños, enseñándoles la Palabra de Dios, a leer y a escribir, y a perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura. Y fueron también los indígenas quienes la bautizaron “Mama Antula” (Mamá Antonia). Cuando los jesuitas fueron expulsados de América en 1767, a la edad de 38 años, en una experiencia de epifanía en la celda capilla de San Francisco Solano, María Antonia de Paz y Figueroa recibió la misión de su vida: continuar con la práctica de los Ejercicios Espirituales que realizaban los jesuitas para la salvación de las almas. Fue entonces cuando empezó su misión y eligió su nombre de Iglesia: María Antonia de San José.
Por entonces las mujeres de cierta posición social estaban confinadas en sus casas, con la perspectiva de casarse o elegir los votos religiosos en conventos de clausura; las pocas que leían, tenían muy restringidas sus lecturas, y de alguna manera se veía muy mal que escribieran para hacer conocer sus ideas o posiciones y mucho menos salían al mundo sin la compañía de un hombre y libradas a la Providencia Divina. Mama Antula desafió las convenciones de su tiempo, no sin soportar resistencias familiares y en los años siguientes peregrinó por todo el actual territorio del NOA -que por entonces formaba parte del virreinato del Perú-, organizando los Ejercicios Espirituales a pesar de estar prohibidos por el Rey Carlos III. Trabajosamente fue logrando que los Obispos locales autorizaran su tarea. Nada fue sencillo para ella, tuvo que soportar ser tratada como loca, menospreciada hasta por familiares cercanos y hasta se la acusó de brujería. Sin embargo ella no cesó jamás en su prédica y perseveró hasta cumplir con su objetivo. Vestía una raída túnica negra, color de los hábitos jesuitas, cargaba una cruz mediana de madera, que a veces le serviría de bastón y arrastraba un pequeño carrito, donde llevaba enseres básicos.
Ella, una mujer muy hermosa por cierto, que por nacimiento podría haberse unido en matrimonio con un hombre poderoso; sin embargo eligió vivir como una menesterosa, que apenas sobrevivía de la caridad ajena. A su paso iba despertando a los hombres a la religión católica, rescatando almas para Cristo. Los ejercicios espirituales, a usanza de los jesuitas, primero reunían a un puñado de fieles, luego, al irse corriendo la voz, eran centenares y hasta miles los que los realizaban. Cuando creía que la labor se había culminado en tal o cual pueblo (porque apenas podemos hablar de ciudades en aquellos años), anunciaba su retiro y era despedida con mucho afecto por la población, que la colmaba de víveres para el camino, y que ella discretamente iba repartiendo entre los pobres en su cadencioso andar. Estuvo varias veces al borde de la inanición, pero del alguna manera, se reestablecía y continuaba con su prédica.
Llegó muy enferma, escuálida y andrajosa a la ciudad portuaria de Buenos Aires a fines de 1779; la tomaron por desquiciada y hasta quisieron apedrearla; milagrosamente encontró refugio en la Iglesia de la Piedad. Pidió audiencia con el Obispo Malvar, quien se negó a recibirla durante nueve meses, prohibiéndole que realizara los ejercicios espirituales ignacianos. También debió luchar contra la resistencia del Virrey para abrir una casa de ejercicios. Tanta fue la fuerza de su prédica que finalmente logró su cometido; hacia fines de 1786 se hablaba que unas 70.000 personas habían realizado los ejercicios católicos. Logró así la conversión de miles de personas en todo el Noa y en Buenos Aires, donde finalmente su obra se hizo célebre, y continúa hasta la actualidad.
María Antonia de San José (tal era su nombre de laica consagrada, que no perteneció a ninguna orden monástica) falleció “en fama de santidad”, el 7 de marzo de 1799 en su ascética celda de la Casa de Ejercicios, fundada sobre terrenos donados por los vecinos. Fue enterrada en la Basílica de Nuestra Señora de la Piedad (calle Mitre y Paraná). El genelogista Alberto Bravo de Zamora, expone en su obra sobre la Beata, que ella planeaba vivir sus últimos años en su Santiago del Estero natal, ya que le había encargado a su apoderado don Juan José Iramain que reparara y pusiera en condiciones habitables el inmueble de su propiedad. Es considerada también una de las primeras escritoras del Río de la Plata, ya que su nutrida correspondencia, es aún referida por muchos autores que ven en ella no solo reseñas a sus enseñanzas cristianas, sino también un dibujo preciso de los usos y costumbres de aquella época. Dos milagros reconocidos, uno en 1900 y otro reciente de 2016, abrieron su camino a los altares de la Iglesia, siendo el Papa Francisco un gran devoto de su obra. El 11 de febrero será la canonización de la primera Santa Argentina. (P. Luis A. Zazano (2023); “Mama Antula”; Buenos Aires).